Contra el futuro. Lo posible-impensado.


1.

  En los últimos treinta años el neoliberalismo ha generalizado y globalizado la forma y la lógica abstracta de la empresa. Esa lógica ha ido infectando a los Estados, a los gobiernos, a la institución educativa, a las viejas relaciones sociales y políticas (¿no son acaso cuestiones empresariales, gerenciales o administrativas el objeto de una fiscalización burocrática incesante a los gobiernos y a los Estados, la persecución a cualquier violación de la axiomática económica —corrupción, mala gestión, actitud despreocupada con relación al déficit, etc.—, que cuando no logra tomar fuerza jurídica como para un impeachment, un golpe o una destitución, se cobra en las siguientes elecciones como pérdida de votos o dinero electoral?). Hoy, en el mundo empresa, el crédito, la deuda, la culpa y la adicción arman el chasis “subjetivo” del movimiento continuo y eterno de la circulación y la reproducción, de la valorización del valor y el incremento de la cantidad. Todo funciona casi en un solo circuito, a partir de un régimen no de normas u obligaciones contractuales como coerciones “externas” (la institución salarial, el disciplinamiento del cuerpo que trabaja y produce), sino de estímulos y respuestas vitales “internas”, automáticas y enactivas, en el expertise de cada una de las partículas del universo empresarial. Y todo funciona como un sistema, como un lenguaje técnico, un perfecto lenguaje sintético cerrado en sí mismo, un lenguaje que ha suprimido su propio componente negativo o analítico. Hipertrofia de la neutralidad absoluta del código, desplegando y replegando su coreografía de cifras, previsiones, planificaciones, rituales de aseguramiento y anticipación, extendiéndose como epidemia o plaga, contagiando y encendiendo todo con su ansiedad, con su patología obsesiva y ritualística, con su motor desesperado.
 No es sólo por poesía que se podría afirmar, hoy más que nunca, que el capital extrae plusvalía del futuro, en tanto valoriza el valor directamente como promesas y proyectos y cálculos y obligaciones de deuda. Pero la verdad terrible ha hecho una especie de pirueta. En realidad el capital no hipoteca el futuro. Hace que el futuro hipoteque al presente, y logra, por así decirlo, que el futuro extraiga plusvalía del hoy, que el futuro mismo sea eso que absorbe al presente y lo dibuja. Es otro modo de definir la operación completa de eso que en otros textos he llamado lenguaje tecnológico o abstracción tecnológica. Ese bucle o ese loop parece indicar que el gran producto objetivo del capital, su hijo más querido, es el futuro mismo: no solamente porque empuja todo a dar un paso más (el mismo paso siempre, pero uno-más), sino porque el paso que daremos mañana, o mejor, el paso que ya dimos mañana, presupone y requiere el paso que daremos hoy, poniendo “de cabeza” —esta vez sí, realmente— la idea hegeliana de que la historia es aquello que vuelve necesario lo contingente. Para el capital, lo que hace necesario (obligatorio) lo contingente es el futuro. Es el futuro (el capital) siempre cobrando en realización aquello que el presente le adeuda en cantidad y en dinero.
 Estamos por tanto en las antípodas de una inteligencia histórica que analiza las formas y las síntesis (lo dado y lo inmediato) para que ellas revelen su carácter siempre mediado, contingente, social e histórico, es decir, que muestren la contingencia sólida que nos constituye y nos determina. Estamos en las antípodas del acto filosófico y político de dar al ser la orden de significar, de obligar a las síntesis a mostrarse como síntesis, de llevarlas analíticamente a un pasado en el que se revelen como conceptos o significantes. Estamos en una inteligencia artificial que procede en fuga hacia adelante, hacia el futuro, en una prolongación, reproducción y perfeccionamiento compulsivos e indefinidos de las síntesis históricas (nuestros a priori sociales) en la tecnología proyectiva de la anticipación, la medición y el cálculo de los estados futuros. Y en tanto ese futuro existe precisamente como resultado de prácticas de medición y cálculo, eso fija y clausura el carácter “obligatoriamente necesario” del presente, al tiempo que dibuja a la historia (la historia “dura” de las formas del conocimiento o de los modos de producción) como una secuencia evolutiva o teleológica que proviene de ninguna parte, como leyes o códigos naturales que siempre han regido todo, alejándonos cada vez más de una analítica de lo contingente-significante. Toda la historia entonces, finalmente, emerge pura como el autómata de la profecía autorrealizada. El lenguaje sintético de la tecnología, operando como código, incrementa la abstracción en una ecuación exponencial, en una progresión geométrica. Es la forma misma de la desesperación: ¿por qué vivimos una vida tan carnívora en un mundo tan ansioso, violento e injusto?, porque mañana va a ser mejor (o peor, lo mismo da: mera cuestión de grados, cantidad y énfasis). Mañana va a ser, cualitativamente, igual.
  
2.
 Cuidémonos de plantear una revolución anticapitalista en nombre del futuro. Hace tiempo que merecemos dejar de pensar en el futuro. Necesitamos desembarazarnos del futuro, descansar del futuro, no poner un átomo de libido en las exigencias, las extorsiones, los chantajes y las amenazas del futuro. Ya no más cuentas regresivas, cifras, utilidad, cálculos y previsiones, costos y beneficios, tácticas y estrategias.
¿Cómo no ir entonces contra el despreciable sentido liberal que adquiere inevitablemente en nuestro mundo la definición aristotélica de política como “el arte de lo posible”, la realpolitik? Ahí está en juego precisamente la intercambiabilidad entre arte y técnica, ars y techné, el delicado y precioso saber hacer del artesano. Y la creciente alienación moderna entre arte y técnica inscribe también, y sobre todo, una confusión entre dos posibles. Trato de explicarme.
a. Hay un posible que siempre presupone y depende completamente de un marco a priori ya establecido y consagrado, de ese gen que no vemos ni conocemos, de una instalación por defecto de settings que dibujan y regulan el campo mismo de lo realizable, pero también, y, sobre todo, de lo sensible, lo experimentable y lo pensable. Algo como los a priori o las condiciones de posibilidad de Kant. Hemos llamado código a la implementación tecnológica de ese gen. Los modernos tendemos a no ver el corte profundo que ese gen histórico ya ha realizado entre lo pensable y lo no pensable (o de lo decible y lo no decible), para entenderlo sencillamente expuesto en el campo de lo realizable, en la neutralidad de la línea potencia-realización. Como si lo realizable no fuera un avatar de lo pensable, como si lo realizable no estuviera ya inscripto (y, se diría, empujado u obligado a realizarse) en lo pensable. En este caso, el juego complicado de propiciar un posible-realizable, o de minimizar sus consecuencias perjudiciales, o de impedir otro, etcétera, solamente puede ser una tecnología y una pragmática, es decir, un (saber) saber hacer, una razón de cálculo, una racionalidad predictiva y anticipatoria: un arte de código. Ahora bien. En este posible de realizaciones o producciones reside la verdadera fuerza histórica inconsciente de la modernidad y del capitalismo. Es la fuga maníaca de la potencia a la realización, la recaída o el cortocircuito pulsional, que inscribe su incrustación más profunda y neutra, el gen que empuja a seguir la línea de lo pensable-realizable, separando subrepticiamente un no pensable o un no decible que caen en el fuego negro y silencioso del olvido absoluto o de la inexistencia, y quedan, digamos, forcluidos, sin inscripción, huérfanos de todo lenguaje. En otras palabras: la fuerza del capitalismo no reside en lo que él piensa, y ni siquiera en lo que él hace, sino en lo que ya ha hecho, en lo que siempre ya ha hecho, que pauta la lógica neutra e invisible de lo por hacer y de lo por venir. En otras palabras, la fuerza reside en la materialidad real de las prácticas histórico-sociales que quedan inscriptas como condiciones de posibilidad en la materialidad objetiva, en los objetos y la realidad, y en las leyes objetivas y formales que rigen su funcionamiento. Objetos y realidad (positivos) son entonces emanaciones objetivas del saber hacer capitalista que no se piensa como saber. Son automatismos del propio cuerpo capitalista marcando el tiempo y el espacio de las posibilidades futuras. Las condiciones de posibilidad parecen ahora funcionar sobre un campo objetivo que es también una neutralidad (un campo ya objetivado). Pero ese campo siempre está hecho de historia, de prácticas y de prácticas significantes (la objetivación, para no ir lejos, es una de esas prácticas) que han dibujado el mapa de lo pensable y distribuido los modos de ese pensar. Y ante lo posible como esa gigantesca fuerza neutra e inerte de lo mismo, las respuestas del materialismo clásico no solamente han sido de una debilidad evidente, sino también, se diría incluso, han sido cómplices involuntarias (variantes posibles dentro de este primer posible).
b. Entonces, por otro lado, hay otro posible que surgiría precisamente cuando lográramos suspender, pensar, o, digamos “atravesar”, al primero: cuando entendiéramos que ese a priori que permitía y desplegaba su posible de realizaciones era también lo que limitaba, reprimía y enmudecía, mucho más profundamente, lo pensable, lo decible, lo deseable. Cuando entendiéramos que ese gen que nos determina y constituye (determina y constituye nuestros posibles) no estaba ni en Dios ni en la naturaleza sino que era una escena histórica y social inconsciente que se afirmaba, se legitimaba, se ahondaba más profundamente y se confirmaba, precisamente, cada vez que realizábamos “libremente” nuestros posibles. Ahora bien: este nuevo posible que despunta es bastante más oscuro e inquietante que el anterior. En primer lugar porque supone que, hasta cierto punto, habríamos destruido el campo simbólico que le da consistencia al mundo tal como lo conocemos y, por tanto, a nuestro propio ser y a nuestro propio lugar subjetivo. Toda la realidad y todo el lenguaje habrían sido suspendidos o cuestionados ontológicamente, y no “refutados” o planteados en términos de verdad o no verdad (epistemológicos). El lenguaje y la realidad habrían sido llevados a cierto lugar insoportable donde es el sujeto mismo que los lleva quien pierde consistencia. Por otro lado porque ese sujeto inconsistente volvería al núcleo material histórico irreductible del cual proviene; no podría levitar como el espíritu de Dios, incontaminado, por encima de las aguas sucias de los procesos contingentes y patológicos, ya que él mismo no es sino un emergente, un síntoma de esos procesos contingentes y patológicos. Recién entonces se abre otro campo de posibilidades, un campo inédito: un posible impensado. Todo, quizás, habría sido suspendido e interrogado: nuestras relaciones inmediatas con las cosas, la realidad, nuestro cuerpo, nuestra percepción, nuestro concepto del espacio y del tiempo.
Entonces la política, o la educación, o el análisis (las famosas tres tareas imposibles de Freud) no pueden ser una técnica administrativa de ese posible-realizable que está plenamente inscripto en el gen de nuestras propias prácticas históricas. Pero sí serán el arte de abrir una posibilidad impensada gracias a una suspensión y a un cuestionamiento radical de esas prácticas. Un reino que no es de este mundo, en tanto no parece preinscripto en las posibilidades realizativas de este mundo. Por eso la política no puede ser empuñada, por ejemplo, por aquella legión de bienintencionados que pretenden “mejorar la calidad de vida de las personas”: antes será ese lenguaje nuevo en el que nos planteemos qué es “vida”, qué es “calidad”, qué es “mejorar”. La política no será ese lenguaje que tiene potencia de realización (el “culto de la performance” es un mal antiguo, pero ahora es un mal que nos constituye), sino, por el contrario, aquel que tenga fuerza para suspender el automatismo de realizarse, el que sea capaz de suspender la compulsión a la realización. El que pueda suspender el realismo del modo indicativo o imperativo en el irrealis del modo subjuntivo. El que entienda el tiempo en una suspensión analítica del poder sustantivo de las síntesis sociales.

(*) El dibujo que ilustra es de mi autoría. Tenía que decirlo.

Comentarios

Entradas populares