Pulsión


Recuerdo que siendo casi un niño me tocó conocer un aparato (y jugar en él) que se llama pinball y que en aquel entonces se llamaba flipper o maquinita. Un  juego tan elemental como aburridor: el jugador debía impedir que una esfera metálica (por acción de un plano inclinado) cayera en un agujero, y para eso accionaba, oprimiendo dos botoncitos laterales, dos martillos o paletas móviles que rechazaban a la esfera cuando estaba a punto de caer. Por algún inexplicable motivo mi desempeño fue extraordinario. Pasé horas rompiéndome los dedos contra los botoncitos y mirando esa bola ir y venir y rebotar tontamente en esa cansadora exacerbación electrónica del universo físico newtoniano, llena de súper-rebotes y ruidos y sirenas y luces. Finalmente, caída la última esfera en el hueco, me enteré de que mi puntaje había sido altísimo, y que por tanto, por así decirlo, había ganado. Al querer retirar mi premio, una muchacha me dijo que el premio ya había sido entregado “internamente”, por la propia máquina: “esferas extra” que me permitieron continuar jugando. Nada podía superar mi decepción. Me estafaron, pensé, con los dedos doloridos y todavía molesto y atontado por las luces y los zumbidos. Para mí, un premio era un oso de felpa, una caja de cigarrillos, un beso de la azafata que estaba a cargo del lugar. Un premio era salir del circuito del juego, debía ser trascendente o heterogéneo con relación al sistema-juego. Sin embargo este “premio” indicaba (presuponía) que yo quería seguir jugando y por tanto me obligaba a seguir. El propio juego era una cuantificación de sí mismo y un plus. Esa máquina perfecta era la pulsión y la mecánica del capital, y yo había sido, con mi pericia y mi buen desempeño, el mero operador a través del cual el juego se jugaba a sí mismo (funcionamiento). Sin mí el mecanismo estaba inerte; pero ni bien yo cerré el circuito, el juego se jugó solo, sin mí. Yo fui el capitalista, el operador de la circulación abstracta o el “capital encarnado”. Yo fui el triste mensajero de  algo siniestro que esperaba, agazapado, en el juego: la pulsión de muerte.

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