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1. La publicidad política siempre fue su propio museo, su propio recinto de celebración narcisista. Hace unos días vi a una publicista hablar de una campaña que le hizo a Rafael Michelini hace como mil años. Con un aire tecno, serio y un poco solemne, ella habla (no podía ser de otro modo: la publicidad siempre habla de su propia épica) del problema, del desafío, del poco presupuesto con el que contaban, de los plazos ajustadísimos, etc. Parece que la primera intervención fue de impacto y posicionamiento o algo así (era una expresión bastante graciosa, a decir verdad). Lo cierto es que se diseñaron unos carteles en los que el propio papel del cartel parece rasgarse para mostrar, detrás, los ojos del candidato. Detrás de la realidad ordinaria del cartel asoma la mirada extraordinaria del ídolo. Pero, por definición, el ídolo (la imagen) no es más que el cartel. Y entonces, detrás del (falso) cartel comienza el (verdadero) cartel: qué derroche barroco de creatividad. Es el tema de

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